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“A lo que aspiramos como feministas es a la transformación cultural”

20 Diciembre 2016

Señala académica Claudia Montero a propósito del machismo y las formas de cambiarlo.

A fines del mes pasado, el número de femicidios en Chile llegaba a 34 en el año, mientras que en el mismo período se registraban 112 femicidios no consumados. Un mes antes, la marcha “Ni una menos” congregó en Santiago a más de cincuenta mil personas, a las que se sumaron varios miles en regiones, mientras el tema era viral en redes sociales y ningún medio de comunicación podía ignorarlo.

¿Significa lo anterior que la marcha no tuvo ninguna utilidad? La académica Claudia Montero, doctora en Estudios Latinoamericanos, se refiere al tema, destacando que la solución pasa por una transformación cultural: “Creo que este es un largo camino, porque tiene que ver con la construcción de nuestra cultura. O sea, no podemos pensar que vamos a terminar una cultura que es milenaria, o si pensamos en el feminismo de la segunda ola, son cuarenta años… El tema es ese: a lo que aspiramos como feministas es a la transformación cultural. Y esa transformación cultural tiene que ver con cómo nos entendemos, como sexos y géneros. Cómo somos capaces de entender las relaciones sociales, cuando en la actualidad estamos en un sistema en que hay una jerarquía dada por la condición de ser varón o ser mujer”.

Esa transformación, explica, “es muy lenta; es una tarea muy larga y que requiere mucha reflexión de nosotras mismas”. Sin embargo, destaca la académica, “eso no implica que desconozcamos lo que se ha hecho. Al contrario, tenemos que abrazarlo, recogerlo. Es muy complejo, porque somos a la vez muy críticas con nosotras mismas. Tenemos una falla a medias y la vemos como si fuera una cosa gigante, y resulta que uno ve las organizaciones tradicionales, donde se comete toda clase de equívocos, y no se sacan los ojos entre ellos —los partidos políticos, por ejemplo—, al contrario: se protegen entre ellos. Las mismas críticas que tenemos entre las distintas feministas a veces, nos hacen ir aún más lento. Somos demasiado críticas entre nosotras”.

Y eso sucede porque las mujeres son educadas para ser así: “Tiene que ser todo perfecto, súper coherente, y resulta que no reconocemos lo humano en nosotras: podemos tener incoherencias”.

Mujeres machistas

Ante el hecho de que las mujeres mismas sean quienes replican el machismo, explica la doctora Montero que “esa es una crítica muy común, y es muy necesario que nosotras, como sujetos sociales que nos entendemos, seamos capaces de entender qué sucede. Siempre se dice que las mujeres somos las más machistas de todos. Yo creo que en cierta forma es cierto, pero el tema es por qué”.

Ahí, enfatiza, “es donde nosotras tenemos que hacer un ejercicio crítico para entendernos a nosotras mismas. El patriarcado nos ha puesto en el lugar de la reproducción, no sólo en términos de reproducir la especie como hembras, de tener hijos, sino que en la reproducción de la vida: nosotras somos las encargadas del hogar, y por lo tanto de reproducir la existencia. Ese ha sido nuestro lugar asignado. Si nosotras tenemos esa labor y reproducimos el modelo que conocemos, que es que las mujeres ocupamos un lugar subordinado, por lo tanto efectivamente nosotras educamos y reproducimos ese modelo. Entonces, por supuesto que somos las más machistas de todas, como nos acusan, pero no porque queramos. Es porque ahí nosotras necesitamos una reflexión, como colectivo de mujeres”.

Por ser mujer

Por ello, entonces, afirma la profesora, “tenemos que reflexionar nosotras mismas acerca de nuestro lugar en la cultura y en la sociedad, y qué hacemos todos los días para reproducir o no esos modelos que nos ponen en unos lugares y que tienen consecuencias, la más terrible de las cuales es el feminicidio, el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres. Por eso la crítica a la consigna de ‘nadie menos’ que se oponía a la de ‘ni una menos’: porque no es cualquier muerte, no es la mujer muerta porque la atropellaron en la esquina: es la mujer que fue asesinada por el hecho de ser mujer. Porque alguien, un varón, hijo de este sistema, cree que tiene derecho sobre esa persona”.

Añade, como ejemplo: “Me han tocado conversaciones con gente que ha trabajado con asesinos de sus parejas, y ellos dicen ‘bueno, pero es que de verdad estaba enamorado’. ¡Y ese es el problema! ¡Que porque tiene una relación donde él cree que está enamorado, cree que es dueño de la vida de la otra! El punto es cómo, en esta cultura, en la que hay una diferencia en la relación entre los sexos, hay un sexo que cree que tiene derecho sobre el cuerpo del otro. Y así podemos entender el acoso sexual en los distintos lugares, sea el lugar de trabajo o el lugar de estudio: porque hay unos sujetos que creen que pueden opinar y tener derecho sobre los cuerpos de las personas del otro sexo. Eso es a lo que tenemos que mirar y eso es lo que hay que cambiar”.

Cómo aportar

Señala Claudia Montero que “así como se habla de que hay micromachismos, nosotras podemos ir generando microcambios en nuestra forma de actuar cotidiana, y también grandes cambios, en las manifestaciones políticas. Una cosa no impide la otra, van de la mano”.

Algunas formas de hacer microcambios: “Los varones, no haciendo chistes en doble sentido —ni las mujeres tampoco, por supuesto— y no acosando callejeramente. Esas cosas son muy cotidianas”.

Otro ejemplo de la vida cotidiana: “Las mujeres que crían tanto niñas como niños, en la casa, tienen que fijarse en cómo compartir las labores del hogar: que tanto varones como mujeres compartan las tareas de limpieza, de orden; no porque las niñas sean niñas, ‘naturalmente’ son las que están a cargo de esas tareas. O el uso de los colores: el rosado y el azul, ¿por qué a una niña no le puede gustar usar ropa azul? He escuchado historias de niñas que en su casa usan unos colores, pero cuando salen se ponen el rosado para ser bien consideradas niñas”.

Las profesoras también pueden aportar: “Cómo valoramos a varones y mujeres, cómo potenciamos que las mujeres hablen públicamente. Porque lo que suele suceder en una sala de clases es que los varones hablan, hablan, hablan, muchas veces —como saben que son dueños del espacio público— sin pensar lo que dicen, muchas veces diciendo muchas leseras, y resulta que las mujeres cuesta mucho que hablen, porque se asume que es un lugar que no es propio, pero, además, cada vez que hablan es con mucha inseguridad, porque lo que quieren decir quieren que sea perfecto. Hay muchas formas de ir cambiando”.

Claudia Montero es doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Chile; investigadora del Convenio de Desempeño para las Humanidades, Artes y Ciencias Sociales y del Centro de Estudios Interdisciplinarios sobre Cultura Política, Memoria y Derechos Humanos de la UV, y académica del Instituto de Historia y del Doctorado en Estudios Interdisciplinarios de la casa de estudios.