Skip to main content

Historiadores de la UV analizan el movimiento social y sus proyecciones

07 Noviembre 2019

Graciela Rubio y Pablo Aravena, del Instituto de Historia y Ciencias Sociales, coinciden en que la salida de la situación es compleja e incierta.

Su visión del complejo momento que está viviendo Chile a raíz de las manifestaciones sociales iniciadas con el alza de treinta pesos en el pasaje del Metro de Santiago y que alcanzaron un punto cúlmine el 25 de noviembre, con marchas masivas en todo el país, que en la capital reunieron a cerca de un millón y medio de personas, entregan dos académicos del Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la UV, Graciela Rubio y Pablo Aravena.

Ambos historiadores coinciden en que se trata de un movimiento inédito y complejo, cuya salida no se vislumbra con claridad, ya que responde a un sentimiento generalizado de malestar provocado por el sistema neoliberal, en muchos casos carente de memoria política, resistido por las élites y enfrentado a una débil instalación de los Derechos Humanos.

Pablo Aravena, director del Instituto de Historia y Ciencias Sociales, doctor en Estudios Latinoamericanos, señala: “Me parece que lo que estamos viviendo es inédito en tanto hechos de violencia civil, es decir en magnitud de violencia ejercida por la gente (en la mayor parte de los casos judicializados, gente ‘con irreprochable conducta anterior’). Pero no es inédito en tanto acontecimiento/síntoma de malestar, me parece que es clara su relación con el 2006 y el 2011”.

Añade: “El neoliberalismo parece generar un tipo de respuestas distintas a las que se pueden observar históricamente en Chile: es malestar, rabia e ira en un raudal de violencia que parece no agotarse. Pero una vez liberada la energía entramos en un nuevo ciclo de acumulación, sin haber conseguido más que unas reformas que en muchos casos refuerzan el modelo; ejemplo de ello es la mal llamada gratuidad universitaria, que en concreto es un bono al portador que puede ser cobrado en universidades públicas y privadas sin distinción, y el portador suele preferir la que le garantiza una ‘titulación oportuna’, lo que no puede sino conducir a una nueva perversión del sistema universitario completo”.

Para Aravena, “cada nuevo estallido parece alimentarse de una pseudo memoria del anterior, pero es memoria de la performance, no memoria política. Lo nuevo en el presente caso, insisto, es la magnitud de violencia, lo que creo puede ser explicado —siempre parcialmente, dada la complejidad— por una mezcla de desigualdad, abuso, impotencia y frustración, unas vidas intoxicadas subjetivamente por la cadencia de una cotidianeidad carente de todo horizonte de sentido. Un sentido que siempre es una ficción, pero es que hemos llegado al extremo de privar a nuestra gente de las herramientas simbólicas para dárselo. El resultado es violencia. No es que no haya alternativas de futuro, sino que el futuro mismo no está disponible; me parece que esa es la lectura que alimenta, por ejemplo, el catastrofismo ecológico, que me parece verdadero en sus datos, pero también es verdad lo que causa a nivel del sujeto”.

Finaliza afirmando el historiador que “‘Chile despertó’ es un bonito eslogan convocante, casi un mito aglutinante de la voluntad, pero intelectualmente es una puerilidad. De un sistema civilizatorio como ha demostrado ser el capitalismo en su fase neoliberal —con patrones de conducta, pautas de consumo cultural e incluso con una moral propia— no se puede ‘despertar’ simplemente. Me parece que la salida será más larga y compleja”.

Estallido aún testimonial

Por su parte, Graciela Rubio, académica del Instituto de Historia y Ciencias Sociales, doctora en Educación, afirma que la coyuntura actual “es un momento muy complejo en el cual se configuran diversos elementos, tales como la protesta social transversal, diversa, masiva y sostenida contra las desigualdades instaladas por el neoliberalismo en contexto de postdictadura en nuestro país. El movimiento muestra la incapacidad del gobierno y de las élites para dar respuesta a las demandas en un marco democrático participativo integral y, a la vez, muestra la resistencia de ciertos sectores a cambiar las bases del modelo que ha consolidado profundas desigualdades en los últimos treinta años”.

A su juicio, “son diversos los aspectos de la complejidad que podemos observar en este contexto. En primer lugar, ante la crisis del modelo de estado neoliberal instalado se observan resistencias de las élites a responder a las demandas en un marco de participación real y no repetir las estrategias de control y direccionamiento de dichas demandas. En segundo lugar, el movimiento aún no presenta liderazgos visibles que den continuidad a sus demandas en medio de un descredito de toda la institucionalidad construida en la transición desde 1990, lo que hace pensar que la crisis es más profunda y será extendida en el tiempo”.

En tercer lugar, prosigue Graciela Rubio, “las visiones de sociedad se construyen desde múltiples referentes, territoriales y virtuales, ya no sólo de marcos políticos formales tradicionales, lo que da cierta impredecibilidad a la acción. Es un movimiento en el marco de las políticas neoliberales, y en parte resultante de éstas, caracterizadas por la segmentación cultural y socioeducativa, la explotación, la mercantilización de la vida, la individualización de los fenómenos sociales y sus riesgos. El movimiento se presenta como un estallido testimonial aún, sin verse tan nítida la idea de futuro y visiones sobre sociedad y comunidad política”.

El último aspecto de la complejidad, afirma la académica, es “la débil instalación de los Derechos Humanos en las élites y en las instituciones militares y policiales, que enuncia su violación ahora a todos los sectores sociales —jóvenes, Aula Segura, niños, adultos— y distinciones específicas de género, entre otras”.

Para la profesora Rubio, el 25 de octubre “claro que será un hito histórico que marca una inflexión en el marco de las políticas neoliberales que ya señalamos. Es un hito que si bien muestra continuidades con otros movimientos en la historia reciente —como el movimiento de los Pingüinos el 2006 y por la educación pública el 2011—, también presenta elementos de la historia de larga duración en nuestro país, en que movimientos sociales han buscado construir una democracia amplia en donde la igualdad sea una realidad. Esa demanda se ha expresado siempre como crisis: del estado oligárquico entre 1900 y 1920, la transformación del estado oligárquico entre 1925 y 1938 y la transformación del estado nacional desarrollista entre 1970 y 1973, entre otras. Y se han presentado aparejadas de golpes de estado”.

Ante la pregunta de si a partir de este movimiento el país ya no volverá a ser el mismo, señala Graciela Rubio: “Creo que el movimiento ha planteado una necesidad de ruptura asociada a la justicia que ha despertado, hasta ahora, memorias refractarias a la democracia que conectan con las experiencias de la dictadura cívico militar, y formas oligárquicas de ejercicio del poder en ciertos sectores de la clase política y silencios en otras. La inflexión nos pone como punto de discusión histórica si vamos a resolver los conflictos desde la memoria oligárquica o desde formas democráticas participativas. Eso está por verse. Cada día es una disputa velada por esas formas”.