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Investigador de Administración Pública en el Campus UV Santiago destacó las claves y lecciones de la organización del Mundial de Fútbol de Chile 1962 en un contexto adverso

11 diciembre 2025

Artículo de Diego Barría fue publicado en la prestigiosa revista indexada Public Management Review.

Mientras Chile no consiga la hazaña de llegar a una final de la Copa del Mundo y, en el mejor de los casos, ganarla por primera vez, el mayor hito del fútbol chileno seguirá siendo el tercer lugar que la Roja logró en el Mundial realizado en nuestro país en el año 1962.

Más allá de la mirada estrictamente deportiva, el hecho de haber podido organizar en solitario un torneo de esta envergadura hace más de sesenta años, implicó un extraordinario esfuerzo de organización, en un contexto de mucha dificultad debido a la realidad económica en ese entonces, a los estragos que había causado el gran terremoto de Valdivia dos años antes y el escaso compromiso del gobierno de esa época con la iniciativa.

Un exhaustivo análisis académico sobre esta materia realizó el investigador Diego Barría Traverso, de la Escuela de Administración Pública de la Universidad de Valparaíso en el Campus Santiago, que derivó en un artículo publicado en la prestigiosa revista Public Management Review (Q1, factor de impacto 4,9) con el título en inglés “Organizing a sport mega-event in a poor and earthquaked country: the case of Chile’s 1962 World Cup”.

“El principal motivo para realizar esta investigación fue intentar establecer qué lecciones deja la organización del Mundial de 1962 para el debate global sobre megaeventos deportivos. La literatura ha destacado que este tipo de torneos están en crisis. Han aumentado las críticas por sus costos y efectos ambientales, por lo que se ha reducido el número de ciudades o países interesados en organizar Juegos o Mundiales. En ese contexto, estudiar un Mundial austero y en medio de una catástrofe natural puede ayudar a identificar mecanismos útiles para dar viabilidad a Mundiales o Juegos Olímpicos en el contexto actual”, explicó el investigador de la UV.

Los hechos no son indiferentes a sus contextos. Y esta historia del año 62 vuelve a poner en valor cómo se hizo realidad la frase del dirigente Carlos Dittborn: “Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo”. En cambio, en tiempos recientes en que Chile postuló nuevamente a realizar un Mundial junto a Argentina, Uruguay y Paraguay, el resultado fue diametralmente opuesto. La FIFA otorgó solo a los otros países organizadores los partidos inaugurales de 2030 como conmemoración del centenario de la primera copa realizada en Uruguay en 1930 y, con ello, la clasificación automática para el Mundial que se realizará en España, Marruecos y Portugal. Como premio de consuelo, Chile fue designado organizador del Mundial Sub-20 2025.

Conclusiones y desafíos

Comentando su artículo, Diego Barría enumeró tres conclusiones: “Es posible impulsar este tipo de eventos priorizando legados inmateriales por sobre los materiales. Esto puede ayudar a contener costos. En segundo lugar, el establecimiento de un tipo de gobernanza ambiguo puede empoderar a los comités organizadores a lidiar con los intereses de diversos actores, como los gobiernos, actores políticos y ciudades aspirantes”.

“Finalmente, los costos de un evento de este tipo pueden ser contenidos por gobiernos y organismos organizadores, ya sea descentralizando esa responsabilidad —por ejemplo, haciendo competir a las subsedes bajo la condición de autofinanciarse— o alineando las necesidades materiales de estos eventos —por ejemplo, renovar o construir estadios, mejorar infraestructura— con fuentes de financiamiento preexistentes y permanentes (políticas públicas)”, añadió el académico.

Consultado sobre las posibilidades reales de albergar nuevamente una copa del mundo de fútbol masculino adulto, Barría destacó que “Chile tiene una tradición como anfitrión de Mundiales de Fútbol. El Mundial Sub-20, que coronó por primera vez a Marruecos, fue el quinto en la historia que se jugó en estadios locales. Hoy el país no tiene mayores problemas para hospedar torneos juveniles”.

Sin embargo, precisó Barría, “un Mundial adulto masculino es un desafío mayor y ello requeriría un compromiso de inversión por parte del Estado. Es un objetivo de resultado incierto, pero organizar una copa del mundo femenina podría ser un objetivo alcanzable. En la última versión asistieron un millón 900 mil espectadores. Atraer tal cantidad de personas podría ayudar a mejorar la infraestructura deportiva e impulsar el turismo”.

La publicación está disponible en este enlace.

Nota: Felipe Ainzúa