Reflexiones a tres voces sobre la vida, la muerte y el cuidado integral de las personas al final del camino
En el marco de un simposio organizado por la Escuela de Enfermería y el CEI-TESYS de la Facultad de Medicina de la UV, el filósofo Emilio Martínez, el médico Joaquín Jiménez y el jurista José Ramón Salcedo, catedráticos e investigadores del Instituto Universitario de Investigación en Bioderecho de la Universidad de Murcia, España, compartieron sus apreciaciones sobre estos y otros interesantes temas.
“Acompañamiento integral al final de la vida: una aproximación desde el bioderecho” se tituló el simposio organizado por la Escuela de Enfermería y el Centro de Estudios Interdisciplinarios en Teoría Social y Subjetividad (CEI-TESYS) de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valparaíso, en el que participaron como expositores principales el filósofo Emilio Martínez Navarro, el médico Joaquín Jiménez González y el jurista José Ramón Salcedo Hernández, catedráticos e investigadores del Instituto Universitario de Investigación en Bioderecho de la Universidad de Murcia, España.
Su visita se concretó como parte de una colaboración interinstitucional de más de dos años, la cual, con la venia de la Vicerrectoría de Vinculación con el Medio, aspira a materializarse en un futuro próximo en una serie de iniciativas y programas.
El azar quiso, además, que su presencia se diera justo en el momento en que en Chile, tras una década de debates, el proyecto de ley que establece el derecho a una muerte asistida en caso de enfermedad incurable parece aproximarse a su aprobación en el Senado de la República.
“Fue nada más que una coincidencia de agendas, aunque muy oportuna, toda vez que nos parece relevante promover la reflexión sobre la eutanasia y otros temas relacionados con los cuidados de las personas durante su ciclo vital, tanto en espacios académicos como en la esfera pública, y más considerando la experiencia que en este ámbito ofrece el IUIB, entidad pionera del enfoque interdisciplinario que plantea el bioderecho”, afirmó el doctor Nicolás Fuster, profesor de la Escuela de Enfermería y director del CEI-TESYS de la UV, quien gestionó y coordinó la venida de los tres catedráticos e investigadores españoles.
Antes de exponer en el simposio —que convocó a docentes, profesionales y estudiantes de diferentes disciplinas—, los doctores Martínez, Jiménez y Salcedo aceptaron conversar y compartir sus apreciaciones sobre estos y otros interesantes temas en un diálogo a tres voces, convencidos de la antilogía de que la voz de cada uno se oye mejor cuando se escucha junto a las otras.
Pensar, comprender y aceptar
—En la medida en que hemos ido avanzando en materia de derechos, que la tecnología nos brinda la posibilidad de burlar el dolor y que gracias a la ciencia hoy vivimos más y mejor, en la sociedad occidental morir es un verbo que se pronuncia cada vez menos. ¿Hasta dónde se nos ha vuelto incómoda la muerte?
Emilio Martínez: “A mi modo de ver, la muerte ha sido siempre incómoda. Lo que pasa es que ahora la persona puede elegir. Estamos en un momento de la historia en el que es posible que una persona tenga voz propia a la hora de decidir cómo e incluso cuándo quiere morir, y eso es una novedad. Eso no existía hasta hace bien poco. Y es que la vida ahora es más larga, la gente vive más años y la tecnología es más compleja y permite mantener viva a una persona aún contra su voluntad, que eso también es una novedad histórica. Ahora bien, en virtud de esto, ¿la muerte se nos ha hecho ahora más incómoda? En parte sí, pero también hay un margen de libertad mayor o de posibilidades de libertad que antes no existía. Tenemos que pensar bien todas estas cuestiones asociadas a las circunstancias que rodean la muerte para dar la mejor solución a cada caso, ya que cada caso es distinto, y por tanto esa respuesta no tiene por qué ser uniforme. ¿Eutanasia para todo el mundo? No. Eutanasia para quien la pida, pero reuniendo ciertos requisitos. ¿Tiene que ser la muerte de una persona como lo definan sus familiares? Tampoco, porque el individuo debe tener la capacidad de oponerse a su familia si viene al caso. Y así, hay una serie de circunstancias que hasta ahora no habían sido pensadas lo suficiente. La reflexión ética intenta dar algunos criterios para que todos estos problemas, que a fin de cuentas son problemas humanos, se puedan resolver de la mejor manera posible”.
Joaquín Jiménez: “La muerte en general es incómoda, pero no solo para la persona que se enfrenta a ella, sino también para los profesionales de la salud que la asisten y para toda la población. Es que nadie quiere morirse sin razón. Pero lo que hay que tener en cuenta es que, bajo ciertas circunstancias, hay personas que sí desean morirse. Esto no lo podemos entender quienes tenemos una salud medianamente aceptable o adecuada y que nos permite llevar una vida digna. Pero hay quienes dicen: ‘yo acabo aquí, porque más allá es perder mi dignidad’. Y frente a esta postura hay que hacer un esfuerzo de comprensión. A los médicos, por ejemplo, se nos ha educado en las facultades con el sentido de que nuestro objetivo es salvar vidas. Esto es muy marcado en generaciones como la mía, pero entre las nuevas generaciones está cambiando, porque se está inculcando cada vez más lo que implica el cuidado del paciente y, sobre todo, el camino de la transición entre la vida y la muerte. Esto implica de igual manera hacer un esfuerzo de comprensión, de empatía hacia esa persona que —por motivos de salud— ha decidido que su vida tiene sentido hasta cierto punto. Más allá no”.
José Ramón Salcedo: “No tengo muy claro que la muerte se haya tornado incómoda. En el mundo occidental, y particularmente en el ámbito europeo, lo que ha sucedido es que a la muerte la hemos separado de lo que es la vida. Aunque no pensamos en ella profundamente desde el primer momento, sabiendo que ese será nuestro final, la muerte es parte de la vida y esto no lo hemos querido terminar de aceptar y, entonces, la relegamos. Porque además todo lo que hay a su alrededor son métodos que buscan evitarla o alargar la vida, y que hasta cierto punto terminan por provocar más miedo a la muerte. Esto es muy propio de la modernidad. En tiempos anteriores, no tan atrás —pienso en la época de nuestros abuelos o tatarabuelos—, la muerte estaba más integrada al discurrir cotidiano de las cosas; no era tan traumático ni pasaba nada cuando se pensaba en ella. Ahora parece que es la debacle, que el ser humano pierde todo su sentido cuando muere, pese a que hasta cierto punto es todo lo contrario. El acercarse a la muerte de alguna manera es acercarse a comprender un poco más el sentido de la vida. Desde fuera probablemente debiéramos verlo así. Una salida digna ante las circunstancias actuales, en que todo lo tecnificado parece que es lo mejor. Creo que necesitamos recuperar el valor de la muerte dentro de la vida, reflexionar sobre lo que significa e incorporarla a nuestro día a día. Porque todos estamos en el corredor de la muerte. Unos se dan cuenta y otros no. Lo que no sabemos es cuándo nos tocará exactamente”.
Una fase larga
—¿No hay acaso una paradoja en eso de ofrecer a cada persona lo que quiera llegado el momento, en el sentido de que si bien reconozco su libertad y le brindo dignidad, también puedo estar siendo egoísta al aceptar sin más su deseo y decir “bueno, si se quiere morir que muera”? Porque al final alguien tendrá que apretar un botón para que eso suceda.
Emilio Martínez: “El tema del egoísmo es complejo. Digamos que hay dos tipos de egoísmo. Uno es el que técnicamente llamamos egoísmo psicológico, en el que cada persona busca sus propios intereses, empezando por sobrevivir, y esa es una característica común a todos los seres humanos, que no tiene ninguna valoración moral negativa ni es éticamente reprochable. El otro es el egoísmo moral, que consiste en que uno pone su propio interés por delante del de los demás y de todo lo demás. Frente al tema de la muerte, evidentemente toda persona quiere y tiene derecho a enfrentarla sin dolor, a pedirle a quienes son parte de su comunidad que por favor le ayuden a tener una muerte no plagada de sufrimiento o de angustia. ¿Por qué no tendría que ser así si vivimos en comunidad? Tenemos que apoyarnos los unos a los otros para que nadie pase por situaciones indignas. Yo en eso no veo ningún egoísmo. El egoísmo podría estar en quien obliga al moribundo que ha decidido que no quiere seguir en esta vida a seguir vivo. ¿Con qué derecho podemos obligar a esa persona que quiere morir a ir en contra de su voluntad, cuando su decisión es razonable y la ha consentido voluntariamente? Lo mismo vale para alguien que presione a otra persona a pedir la eutanasia cuando esta no quiera pedirla. Cuando los familiares le dicen ‘¡oye tú, ya eres un estorbo, vete ya!’, sea por querer heredar pronto o quien sabe por qué. Por eso, hay que hacer una distinción cuidadosa caso a caso, con criterio. Si no se hace así, pues se hace mal y se estaría cometiendo un abuso”.
Joaquín Jiménez: “Lo que debe primar siempre a mi entender es la empatía, hacia el paciente y en el actuar de los profesionales de la salud llamados a tomar decisiones. Esto significa comprender cuál es la mejor solución en cada caso, pero también trascender los propios valores, porque si uno no trasciende sus propios valores puede terminar tomando decisiones egoístas respecto a lo que necesita otra persona, no solo uno mismo. Y eso está pasando. En España, el 25 por ciento de las personas que solicitan la eutanasia mueren antes de que se la apliquen. Y es que en muchos casos lo que en verdad necesitaba esa persona no era la eutanasia sino una sedación para evitarle dolor y sufrimiento mientras moría. Y esto ocurre, en parte, por no saber informar a la persona que atraviesa esa fase terminal que está en ese proceso —de cuarenta o cincuenta días, que es el que contempla al menos la ley española— y que necesitará de apoyo. Entonces, hay que profundizar en estos aspectos y eso se consigue principalmente a través de la empatía: saber ponernos en la situación de ese otro que está sufriendo y recomendarle lo que necesita en ese momento”.
José Ramón Salcedo: “Dar a cada quien lo que pide en este punto va más allá de la muerte. Tiene que ver más con practicar la atención integral de las personas al final de la vida o, mejor dicho, en esa fase larga que es el final de la vida, porque de pronto pareciera que estamos hablando nada más que de los últimos dos meses de existencia de alguien. En verdad esta fase puede abarcar seis, ocho, diez años y más, desde que empezamos a envejecer o cuando empezamos a sufrir achaques o enfermedades crónicas y necesitamos de otro tipo de atención. Ahí es donde hay que cargar mucho las tintas, para conseguir que cuando la persona llegue a esa etapa de su vida cuente con los cuidados que necesita, protegiendo su dignidad, pudiendo decidir libremente, sin pasar dolor, intentando mejorar su realidad física y psíquica. Porque hay una realidad bien clara: las personas, si tenemos salud, si no tenemos problemas físicos, si estamos bien económicamente, si socialmente estamos bien, no nos queremos morir ni uno. ¡Ninguno! Para qué nos vamos a plantear eso si tenemos todo bien cubierto. Los problemas en este ámbito empiezan cuando se pierde la salud física o se enfrentan graves problemas sociales o de otro tipo. Con esto quiero decir que tenemos que ver a la persona de manera individual, con nombre y apellido, para intentar darle lo que necesita, y eso es lo que debemos hacer los profesionales de todas las disciplinas. La situación no es estándar. Cada persona es un mundo y tiene una realidad muy particular. Veamos qué atención podemos darle a esa persona para que tenga acceso a una prestación para morir y lo haga con dignidad. Buscar o definir situaciones que valgan para todos en esto es un error. O miramos las circunstancias personales de cada uno o no vamos a ningún sitio”.
Emilio Martínez: “Pero hay un detalle. Uno puede tener todas las necesidades resueltas y no la del sentido: el para qué quiero seguir viviendo. ‘Tengo todo resuelto, pero esta vida para mí no tiene sentido’”.
Juan Ramón Salcedo: “Bueno, porque hay una carencia. Alguna carencia has de tener para eso”.
Emilio Martínez: “Sí, pero hay que investigar. Y muchas veces eso no es fácil. La tasa de suicidios es muy alta. Muchas veces las personas pierden la capacidad de hallarle sentido a la vida, lo que filosóficamente es un asunto muy complejo, pero en esto también hay criterios. Hay ciertos conceptos y teorías que pueden iluminar un poco este asunto. Mira que cuando el sentido está cubierto, las demás carencias ya no adquieren tanto peso”.
Contra la deshumanización
—¿Esta fórmula para enfrentar la etapa final de la vida que en definitiva es el bioderecho, es también un antídoto contra la deshumanización, toda vez que aspira a entregar respuestas sobre la autonomía y la dignidad del ser humano o respecto de cómo enfrentar el devenir, lo que nos pueda pasar ahora o en diez años más en relación con la muerte?
Joaquín Jiménez: “Absolutamente sí. La tecnificación y la superespecialización no son malas per se. Ambas contribuyen a que hallemos nuevos tratamientos, diagnostiquemos enfermedades de manera precoz, aumente la esperanza de vida y sobre todo la calidad de vida de las personas. Pero claro, si en el entorno sanitario sólo hay tecnificación y superespecialización tenemos un problema. A los nuevos licenciados en medicina a veces los veo más como técnicos que como médicos. Frente a este escenario, ‘la ciencia’ que puede cambiar todo esto, que puede humanizar la asistencia, es el bioderecho”.
José Ramón Salcedo: “Es importante encontrar una fórmula de trabajo que aúne diferentes formas de enfocar esta realidad y encontrarle una solución. Cuando reflexionamos desde la ciencia pura para intentar aproximarnos a qué podemos hacer para que física o psíquicamente una persona esté mejor, nos aproximamos desde la reflexión filosófica y ética. Pero esto no es una cuestión meramente teórica, no podemos quedarnos en la teoría. Tenemos que llevarla a la efectividad práctica. Porque además, si nos quedamos solo reflexionando sobre lo bien que es trabajar de manera interdisciplinaria, lo estamos haciendo igual de mal. Cuando trabajamos todos juntos mirando no esa realidad no estandarizada, sino a individuos con nombre y apellido para darle a cada uno respuestas adecuadas, creo que va a ser infinitamente mejor la respuesta o la solución a la que lleguemos; una más propia de la protección de los Derechos Humanos, de la dignidad de la persona y de un romper con la vulnerabilidad a la que todos en algún momento estamos sometidos. Tengo claro que los profesionales que nos dedicamos cada uno a nuestra disciplina, en mi caso al derecho, somos mejores desde que tenemos esta percepción de las cosas. Yo soy mejor jurista desde que entiendo el entorno ético y el entorno de las ciencias. Somos mejores en nuestra parcela cuando logramos salir de nuestra parcela”.
Emilio Martínez: “En efecto, se dice que hay que salir del área de confort en la que uno se encuentra cómodo. Hay que afrontar y hacer esa salida para dar respuesta a los problemas reales. Y es que los problemas reales son de una gran complejidad. Como decía mi maestra, Adela Cortina: la realidad tiene problemas y las universidades tienen departamentos. O sea, en la academia todo está compartimentado, todo está troceado, y la realidad no es así. La realidad es unitaria y compleja. No estamos haciendo bien las cosas si cada departamento o cada disciplina mira únicamente lo suyo y no hay nada o nadie que agrupe o unifique todo eso de cara a solucionar los temas reales, que son multidisciplinarios por sí mismos. No podemos ir cada uno por su lado, juntos es mejor”.
Joaquín Jiménez: “En el caso de las profesiones de la salud esto representa un desafío todavía mayor, porque desde un sentido práctico supone cambiar la manera de formar y trabajar. Cambiar el paradigma de la asistencia sanitaria, que hemos estado aprendiendo e inculcando, es muy complejo. A lo mejor las futuras generaciones podrán entender esto mejor. El trabajo es arduo, pero no significa que debamos desfallecer, al contrario. Habrá que dar batalla”.
En la fotografía al inicio, de izquierda a derecha, José Ramón Salcedo, Joaquín Jiménez y Emilio Martínez.

Nota: Gonzalo Battocchio / Fotos: Matías Salazar